Tierra bellísima donde las haya y
un lugar encantador, donde se encuentra este Restaurante con mayúsculas, que muy
cerquita de Vitoria, en Urrúnaga, al lado del pantano, te sorprenderá con
carnes y pescados tratados con la exactitud que merecen, para que deleiten
absolutamente el paladar.
Al entrar, seguramente te
encontrarás con ese chico de rizos, y ojos tremendamente azules, que se llama
Charli y que suele andar detrás de un cartel artesano que ronda por la barra,
en el que se lee “no hay servicio de barra”. El encanto de Charli y su simpatía,
hacen pareja con el de Amaia, la camarera morena, de sonrisa amable, que te
acercará la carta, una vez os haya dado mesa, donde seguramente, después, os
visitará el señor Carlos, que es el hombre alto y grande, un poco calvo (lo de
un poco es por el cariño) y con una fantástica marca en su despejada frente.
Esa mancha, su cara de buena persona, que no le hace justicia, porque es aún más
buena persona de lo que parece y otras muchas cosas, son lo que le hacen peculiar,
entrañable y muy querido.
Es recomendable dejarse guiar por
su criterio en cuanto a vinos. Sabe mucho y de primera mano de este y otros
elixires con los que hacer aún más agradable un buen plato o una conversación.
El os llevará seguramente la carta de vinos.
Bien, mientras las dudas acometan
vuestra mente al leer la carta, yo no puedo aconsejar demasiado, porque todo lo
que pasa por las manos de Fernando, el cocinero, estará maravillosamente
preparado, y sobre todo, tendrá una calidad inmejorable y le habrá puesto el
cariño, la dedicación y el extraordinario criterio de principio a fin, de una
persona que sabe con lo que trabaja, lo mima y mima el paladar de quien va a
degustarlo en el plato.
La historia de este restaurante,
es amable y cercana, como las personas que he nombrado y que son el alma del
Urtegi Alde. Aquel restaurante pequeñito, que nunca tenía mesa, ni para los
amigos, que terminábamos cenando en el reservado con otros tantos amigos del
dueño, aquel, que sí tenía mesa, cuidaba
que los que sufrimos el frío más de la cuenta, siempre tuviéramos una mesa
cerca de aquella chimenea, que caldeaba y daba calor a aquel comedor, con
pesebres de animales y sus correspondientes argollas, que un buen día, se convirtió
por ampliación en un restaurante moderno, amplio, manteniendo eso sí, el
comedor pequeño con su chimenea y sus pesebres.
Puedo contar tantas anécdotas de
este lugar y de Carlos, que tal vez me ganase más de una o más de dos collejas,
pero lo que sí puedo decir sin temor a que nadie me regañe, es que aquí, se
come y se come muy bien.
Pero para dejar claro qué le hace
merecer a este Restaurante que se nombre aquí, dejando aparte la amistad y el
cariño, creo que hay una circunstancia especial que puede documentarlo
perfectamente. Entre las personas con las que he compartido mesa en este
restaurante, hay un industrial, admirado y muy querido por mí, acostumbrado a
deleitar su paladar en los restaurantes con más renombre de España, que siempre,
cuando nos sentábamos a la mesa del Urtegi Alde, hacia algo que no hacía más
que cuando revisaba los números de su empresa: buscar las gafas y ponérselas,
para comerse el cogote de merluza, que pedía, sólo para él. Y cuando veía que me
reía porque repetía la misma ceremonia cada vez que comíamos allí, me decía “hija,
es que ante esta maravilla, no hay que perder detalle y hay que disfrutarlo con
todos los sentidos”. Creo que es suficiente lectura, porque a pesar de
compartir mesa con él en el Zalacaín, o en el Mesón Donostiarra, en el Rebeco o
en la Pepica, sólo en el Urtegi Alde, le he visto sacar las gafas, para “disfrutar
con todos los sentidos”.
Es altamente recomendable ese
cogote, buenísimo, con un tamaño, unas hechuras y una calidad espectaculares,
añado que nadie te va a mirar mal, si haces barcos en la salsita.
Altamente recomendables son todos
los pescados que hace a la plancha o en las brasas Fernando, porque en todos pondrá
su saber a la hora de tratarlos y también de escogerlos para llevarlos a su
cocina, y después a la mesa, del mismo
modo que hace con las carnes. Esos chuletones imposibles, son “peccata minuta”
una vez que troceados, empiezas a comer
y ves la grasita amarilla nacarada, los tres tonos que tiene la carne de dentro
a fuera, desde el rojo rubí, brillante, a punto de sangrar, pasando al rosado
que va palideciendo hasta llegar al
dorado marrón de la parte exterior que ha tocado el calor, para así sellar toda
la parte externa de la carne y que queden dentro todos los jugos y todo el
sabor soberbio y poderoso de la carne de vaca que solo se acompañará de unas
estupendas patatas fritas y seguramente algún pimiento, y no llevará más
aderezo que la sal en escamas. Al igual que el entrecot a la brasa, o el
solomillo. Limpios y sin mucho adorno, para que sepas que estas comiendo.
De todos los entrantes, mi
especial querencia es por las almejas a la plancha y la razón es simple. La
sencillez. A veces un plato se hace grande por sí mismo, cuanto menos aderezo
tiene y este es el caso. Almejas, aceite y ajo. Ni más, ni menos. Eso sí, el
ajo refrito, está en su punto justo y alaga el sabor de las almejas, fresquísimas,
llenas, sabrosas y en su punto justo. Y no puedo olvidar las anchoas con vinagreta
de tomate…que son espectaculares. Otra receta
de Fernando, inolvidable, el fiambre de manos de cerdo con langostino sobre
compota de tomate…Inconmensurable.
No puedo dejar a parte el
estupendo trato que le dan al bacalao en esta casa, un bacalao de calidad, que
en las manos de Fernando, culmina en recetas sublimes, con un píl píl
magistral, o un ajoarriero impresionante, sin olvidarnos del bacalao a la
brasa.
Puedo seguir enumerando las
maravillas que uno puede disfrutar en esta bendita casa, sus verduras, sus
recetas de cocina creativa, sus guisos de “siempre”, su incalificable revuelto
de “perretxicos”, pero creo que ya ha quedado claro como se come aquí. Aun así,
queda la parte más tierna de una carta y fuera de carta espectaculares, quedan
los postres.
¿Para qué voy a mentir? Mi querencia
por el dulce, es casi preocupante, pero aquí, tengo que ser transparente: todos
los postres son magníficos. Los helados, el volcán, el “goxua” casero….PERO hay
una tarta de manzana caliente, que es la ternura hecha postre. Esa tarta es
delicadeza, suavidad y sabe a cariño. Y a manzana, claro está. Y la excelencia
absoluta es de la tarta de hojaldre con crema inglesa, regada con chocolate
caliente o no, con la que ocasionalmente
uno puede deleitarse. Esta tarta es la demostración del cariño con el que se
hacen las cosas aquí, porque el hojaldre, hay que separarlo una y otra vez con
el rodillo, para que quede en mil hojas finísimas
y eso sí se ha hecho, esta y sí no se ha hecho, no está, y en esta tarta, si,
si están todas las hojas finísimas, suaves y tan tiernas como la ternura que
pusisteis en la tarta de la niña de mis ojos.
Sí, creo que este restaurante es
uno de los imprescindibles, si uno quiere tener referencia correcta de cómo se
come en el País Vasco y sí, sin duda,
las personas que son el alma de este Restaurante, son también referencia
estupenda del carácter de esa tierra.
Dicho esto, no dejo duda alguna a
que la atención es estupenda, la profesionalidad encomiable, la calidad
superior, el precio adecuado y sobre todo, Carlos es una gran persona y no sólo
por su tamaño.
Aquí, la carne sabe a lo que tiene que saber
la carne y el pescado, a lo que tiene que saber el pescado. Ni más, ni menos.
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