miércoles, 2 de enero de 2013

Restaurante Casa Miguel Angel - Punta del Moral


Hoy me voy al sur para empezar el año, a un lugar precioso que lo era aun más cuando yo lo conocí allende los tiempos... Punta del Moral, o Isla del Moral, como prefiráis, lo cierto,  es que ese pequeño pueblo pescador, conduce pasando por el puente  del Caño de la Mojarra, a un lugar fantástico para los ojos y para la paz.

Yo lo conocí con un puente que daba…miedo. Sin estatuas, con un paseo marítimo pequeño (unos 300 metros), y…solo un hotel “grande”. Eran otros tiempos, es verdad. Aun así, sigue manteniendo un encanto especial en muchos aspectos.

Si eres madrugador, puedes bajar a la playa, caminar y caminar en dirección a Isla Canela e ir notando como despunta el sol y va calentando tu espalda. Si escuchas, es fácil oír a los pescadores de bajura en sus pequeñas barcas y mirando el océano, encontraras primero, los pescadores de coquinas, y poco más dentro de la bahía, las barquitas. Es amable escuchar sus voces y sin duda, más amable encontrar en el mercado cada día, lo que ellos han pescado. Al regresar para La Punta, el sol ha subido en el cielo y va templando el ánimo con todo su rigor. Pocos son los animados caminantes que encontrarás, porque en esta inmensa playa, no hay mucha costumbre de madrugar, y la paz rebosa por doquier casi hasta las 11 o más de la mañana. Sin duda, la mejor hora para pasearla y disfrutarla en soledad, es la primera hora de la mañana, aunque a lo largo del día, serán muchos los que la recorran, y más al atardecer.

Yo descubrí aquí, que el mejor sitio de la playa a determinadas horas, es el chiringuito y la sombra. De los chiringuitos, no voy a hablar, hay varios, pero creo que es importante hacer mención, que en más de uno, preparan una raya con tomate, que quita el sentido. Y en alguno, se puede jugar al mus después de comer mientras ves atardecer y palidecer tu copa, fumándote un cigarrillo.

Pero a lo que iba. En el pueblo, precioso, con aroma marinero te puedes encontrar las barquitas varadas en la arena si vas paseando por la Avenida de la Palmera, que rodea todo el pueblo al lado del mar. Te encontraras con el puerto deportivo, la bocana para pescar pulpos por la noche y cambiar impresiones con pescadores de toda condición y edad. Tiene mil encantos este precioso rincón, pero para mí, hay uno que es de especial mención y es el restaurante “Casa Miguel Angel”.

Miguel Angel es un andaluz de palabra encantadora, de sonrisa amable y educada, que toma las comandas y te aconseja con primor, siempre. Cuando ya te conoce, es un tipo divertido, con una pronunciación enrevesadamente increíble del castellano, a quien se le toma cariño por que es fácil adivinar que es “buena gente”. Te ofrecerá su carta, o te contará, según se tercie, las cosas estupendas que tiene para ofrecer a tu paladar. No es un canto de sirena…para nada. Las coquinas del Miguen Angel, son divinas, con sólo ese aceitito de oliva, esos ajos y ese vino blanco…Las almejas ¡¡¡ cuidado!!! Nada que envidiar a otras con fama y mucho nombre, estas son espectacularmente buenas, carnosas, sabrosas… Te contará la carta que tiene pescado frito y si, telita con los fritos, acedias, pijotas, chocos…frescos que si no hubieran pasado por la sartén, te mirarían a los ojos antes de saltar de la bandeja. Verás el marisco, memorable de principio a fin,  las ensaladas…El tomate con ajo es, simplemente una bendición, por la calidad del tomate, y por el mimo del sencillo preparado, ajo, aceite, sal y vinagre. Dicho así, parece nada, pues no, es la perfección en el aliño. Veras una ensalada de pimientos asados, si la tomas, es espectacular. Y ahí, veras las ovas de choco. A mí, me llamo mucho la atención, huevas de choco a la plancha, manjar de manjares, con un simple pero acertadísimo aliño de aceite de oliva con una majada de ajo y perejil, delicioso. Verás que hay arroces y paellas, múltiples, pero sin lugar a dudas, el mejor arroz de Miguel Angel, para mí, es el arroz caldoso o arroz marinero.

Siempre que he comido allí, siempre, me ha pasado lo mismo. Tomas su tomate, sus coquinas, alguna fritada de pescado, unas ovas y entonces, cuando estas terminando, llega la cazuela de arroz y quien te la deja, te dice muy amablemente “déjenla reposar un poquito”. A los dos minutos de soportar a duras penas ese olor que te hace la boca agua, nadie se resiste, a pesar de haberte tomado unos magníficos entrantes, a meter el cazo, y ponerse un poco de ese arroz que humea en la cazuela.
El arroz arde, el caldo rojo coral, te deja la lengua dolorida y llena de sabor a mar y esta tan rico, que sigues comiendo como un poseso, y terminas esa primera cazada y te pones otra y así, hasta que se termina. Pero es cierto, lo último que te sirves en el plato de la ración generosísima de arroz, está tan bueno, que si te quedase algo de sitio en el estomago, te pedirías… ¡¡¡otro arroz!!!

Miguel Angel, es una bellísima persona, con una simpatía y un encanto muy especial, pero a pesar de eso, la mención especial es sin duda para MICAELA, una persona encantadora,  que es la artista de los pucheros, la que cuida con esmero cada arroz, la que sabe de medidas, de condimentos, y la que hace que a cada mesa, llegue la calidad de productos del día, aderezados tan maravillosamente que los convierte en absolutos manjares. No olvidéis felicitarla antes de iros, le suele dar mucha vergüenza, pero se lo merece, ya lo veréis.

La sangría de Miguel Angel, es peligrosísima, pero entra muy bien, a pesar de eso, tiene vinos que merece la pena probar. Y después de eso, y como última sorpresa, es que la satisfacción  que os habréis dado, tiene un precio mucho más que razonable.  

He tenido la suerte de disfrutar muchísimas veces de su comida, de su compañía,  de su calidad como personas y de su encanto y solo puedo decir a todos los que formáis parte del restaurante “Casa Miguel Angel”…. Gracias.

Gracias por que sois una familia encantadora, que de dar de comer a los que llegan a vuestra casa, habéis hecho un arte y porque en vuestra sencillez de recetas de siempre,  entregáis a los paladares ajenos muy generosamente un saber heredado admirable.

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